Algunas familias son por demás pervertidas en toda su extensión, pues sus integrantes tienen intensiones más amorosas de lo normal entre sus propios miembros.
Comprensión, entendimiento, alegría, tristezas, triunfos y derrotas son algunas de las situaciones que los integrantes de las familias comparten, pero en ocasiones existe el deseo y la lujuria escondidos detrás de esos ojos que admiran algún querido primo, hermano o hermana, padre o madre, y que exteriorizarlo hasta hacerlo realidad sería un verdadero pecado.
¿Podrías imaginar lo fuerte que puede ser el deseo entre un hijo y una madre? ¿Cuándo se dan cuenta que el amor maternal se ha convertido en algo más? ¿Qué los va llevando a ese abismo entre el pecado y el deseo? Muchas respuestas podrían responder y justificar las preguntas anteriores, o quizás para algunos otros más conservadores eso no tiene cabida ni sentido, pero es algo que ocurre y que sabemos que a muchos otros les encanta disfrutar. Para algunos chicos ver a su madre follando es una delicia, y si lo hace consigo es aún mejor. Entre la delgada línea de lo correcto y la aberración se encuentra para algunos el verdadero placer.

Siempre lo prohibido despierta un mayor interés, y el incesto es el clímax de lo prohibido. Imagina a una madre que ha visto crecer a su propio hijo pero no lo mira con amor maternal sino con el más ardiente deseo, sus pensamientos y sentimientos más oscuros la tienen a ella junto a su primogénito envueltos en una sola piel, entregados al más indebido y caliente placer. Su hijo por su parte se calienta tan solo al pensar por un minuto tener a su madre follando con él, poniendo en práctica toda su experiencia mientras él saborea el mismo coño que le dio la vida, y las tetas que una vez le alimentaron hoy de nuevo llegan a su boca pero con el sabor de la lujuria impregnando sus labios.
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